Historia de la Puebla de San Miguel
Edad de bronce y primeros pobladores
Los primeros vestigios de presencia humana en el término de Puebla de San Miguel nos transportan a los albores de la civilización en la Península Ibérica. En el paraje conocido como Los Pucheros, se han hallado restos arqueológicos que datan de la Edad de Bronce (aproximadamente entre el 1800 y el 1200 a.C.), una época en la que los primeros pobladores eligieron estas tierras por su riqueza natural y estratégica ubicación. Aquí, entre barrancos, fuentes y montañas, levantaron sus primeros asentamientos, atraídos por la abundancia de recursos como el agua, la madera, la fauna y los suelos fértiles del entorno. Siglos más tarde, durante el siglo II a.C., serían los íberos quienes dejarían su impronta en este paisaje montañoso. Sus yacimientos más representativos se localizan en El Castellar y la Loma de la Valluenga, dos enclaves elevados que ofrecen una visión dominante del territorio circundante, ideal para controlar los caminos naturales y defenderse de posibles amenazas. Estos puntos estratégicos también hablan de una comunidad organizada, con estructuras sociales y económicas ya consolidadas.
De la Edad Media al siglo XVIII
Históricamente, Puebla de San Miguel estuvo vinculada a Ademuz, de la cual formó parte durante siglos. En un principio se trató de asentamientos temporales por parte de los habitantes de Ademuz, que aprovechaban la zona montañosa para tareas agrícolas y ganaderas. Con el paso del tiempo este asentamiento temporal pasó a consolidarse en el valle. Con anterioridad a su ocupación por los cristianos en el siglo XIII ya dependía jurisdiccionalmente de la fortaleza musulmana de Ademuz. En el siglo XVIII a instancias de la autoridad local, Carlos III concedió la independencia de Ademuz, otorgando la categoría de Villa Real a Puebla de San Miguel el 12 de Febrero de 1765.
Puebla de San Miguel hoy: historia viva entre montañas
El paisaje rural de la zona está salpicado de elementos que narran la vida tradicional: hornos de cal, yeso y tejas, corrales, acequias, balsas, caleras… Cada uno de ellos habla del esfuerzo de generaciones que moldearon la tierra con sus manos, fieles a una economía local basada en la autosuficiencia, el trabajo y el respeto por el entorno.
Su aislamiento geográfico ha sido, paradójicamente, su mayor tesoro. Gracias a él, Puebla de San Miguel ha conservado su autenticidad: un pequeño núcleo rural que mantiene intacto el sabor de lo antiguo, donde las calles empedradas, la arquitectura tradicional y la tranquilidad invitan a detener el reloj.
En definitiva, visitar Puebla de San Miguel es viajar al pasado sin salir del presente, descubriendo un pueblo que ha sabido mantenerse fiel a sí mismo, orgulloso de su historia y generoso con quien quiera conocerla.