Edad Media (siglos XIII-XV) – Los orígenes y la frontera viva

Vallanca aparece ya documentada a principios del siglo XIII como parroquia dependiente del obispado de Segorbe. En ese tiempo, tras la conquista de estas tierras por Pedro II de Aragón (1210) y luego Jaime I (1238), los primeros pobladores cristianos formaron una pequeña comunidad agrícola en la fértil vega del río Bohilgues, a la sombra del castillo de Al-Damus. Este territorio, situado en la frontera con Castilla, tuvo un papel estratégico que marcó su historia. La vida en este lugar era dura e incierta, y durante la Guerra de los Dos Pedros (1356-1369), las aldeas del Rincón de Ademuz, incluida Vallanca, sufrieron saqueos y ocupaciones por parte de tropas castellanas.

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La conquista del Reino de Valencia

Los habitantes de Vallanca participaron activamente en las campañas militares de la Corona de Aragón. Las tropas vallanqueras formaron parte del ejército que, junto a Jaime I, tomó ciudades clave como Valencia en 1238. Estas hazañas consolidaron el vínculo de Vallanca con el Reino de Valencia, formando parte de su estructura administrativa, aunque aún bajo la tutela de Ademuz. Como compensación por su posición fronteriza y los peligros sufridos, los monarcas aragoneses concedieron privilegios fiscales a sus gentes, eximiéndolas del pago de ciertos tributos como la «peyta».

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«Reviviendo estas gestas, el viajero se sumerge en una época de batallas y alianzas que forjaron el alma medieval de Vallanca.»

Edad Moderna (siglos XVI-XVII) – La emancipación y la devoción popular

Durante los siglos siguientes, Vallanca fue creciendo demográfica y económicamente hasta conseguir, en 1695, el título de Villa Real por privilegio de Carlos II, lo que supuso su definitiva independencia de Ademuz. A partir de entonces, gozó de derechos como la gestión de su propio horno, molino y dehesas. Religiosamente, Vallanca mantuvo conflictos con Ademuz por los diezmos, lo que motivó la construcción de ermitas propias, como las dedicadas a San Roque y la Santísima Trinidad. El fervor religioso de sus habitantes se expresa especialmente en la devoción a la Virgen de Santerón, cuyo hallazgo milagroso en la sierra por parte de un pastor dio origen a una romería que aún hoy forma parte esencial de la identidad local.

Siglo XVIII – La mirada ilustrada

Durante la Ilustración, Vallanca también despertó el interés de figuras destacadas como Antonio José de Cavanilles, quien visitó el Rincón de Ademuz en 1792 por encargo del rey Carlos IV. Sus observaciones sobre la geografía, agricultura y sociedad del lugar quedaron plasmadas en su célebre obra sobre el Reino de Valencia, donde destacó el valor humano y natural de la comarca.

Siglo XIX – XX – Tradición, música y turrón

El siglo XIX y buena parte del XX fueron testigos de una intensa vida cultural y festiva en Vallanca. Entre sus mayores orgullos destacan sus dulzaineros (piteros y tamborileros), músicos populares reclamados por toda la comarca para fiestas, procesiones y romerías. La producción artesanal de turrones de alajú y miel, transmitida de madres a hijas, también fue símbolo de identidad y sustento económico durante generaciones.

«Escuchando la dulzaina o saboreando un alajú, se descubre la esencia viva de una tradición que aún resuena en las fiestas de la comarca.»

Siglo XX – El drama de la emigración

Como muchas localidades rurales, Vallanca sufrió las consecuencias del éxodo rural, especialmente a partir de los años 50. La falta de oportunidades laborales en el campo y la atracción de las ciudades industriales, como Barcelona, provocaron un descenso demográfico severo. De los más de 1.000 habitantes que llegó a tener en 1900, apenas quedaban 149 en 2015, la mayoría personas mayores. Esta emigración dejó muchas casas vacías y pueblos llenos de recuerdos.

 

Vallanca hoy: historia viva entre montañas

Hoy, Vallanca sigue siendo un lugar lleno de memoria, autenticidad y valores rurales. Su historia, contada en diez momentos como los aquí resumidos, da voz a labradores, soldados, pastores, dulzaineros y mujeres turroneras. Todos ellos forman parte de la identidad de esta villa real del Rincón de Ademuz, que merece ser redescubierta por nuevas generaciones.